Bernardo García. Vicepresidente ESIMPACT
Las palabras de Mercedes Sosa en su canción “Todo cambia” nos sacuden, nos sacan de nuestro aletargamiento y de nuestros prejuicios, nos invocan a la observación, a la reflexión y a la acción; ciertamente, no nos dejan indiferentes.
El propósito de las organizaciones también suele recoger este espíritu en sus variadas formulaciones. Me pregunto… ¿cuántas veces tenemos la sensación de que efectivamente algo cambia como consecuencia de nuestros esfuerzos para llevarlo a cabo?, ¿en cuántas ocasiones tenemos la certeza de que algo se está transformando gracias a nuestro impulso, dedicación y compromiso?, ¿tenemos algún indicio de que los posibles cambios que estemos generando van en la dirección deseada?
El mero hecho de plantearnos estas u otras preguntas respecto a nuestro auténtico efecto transformacional ya es un paso relevante en el camino hacia la gestión consciente de nuestro impacto económico, social y medioambiental. Si de ello surge la inquietud de cómo avanzar en esa vía, una posible herramienta en la que apoyarnos es la elaboración de una Teoría del Cambio. Como su propio nombre indica, el resultado que se obtiene es teórico, y está sustentado en numerosas hipótesis. De ahí que tenga tanto valor o más el proceso en sí mismo que el producto que se obtenga. En definitiva, cómo promuevas el cambio es el cambio que promueves.
La Teoría del Cambio es un viaje que nos lleva desde las palabras bonitas y bienintencionados deseos a conectar con las personas y el planeta, a palpar y contrastar desde lo concreto cómo esperamos con realismo que se deben y pueden materializar esos anhelos de transformación. Y paradógicamente, el resultado de ese viaje es un mapa, una hoja de ruta definida y acordada entre quienes participan del proceso. Por lo tanto, involucrar a las personas con las que colaboramos o para las que desarrollamos una determinada propuesta es un ejercicio de coherencia y responsabilidad con nuestro compromiso y propósito; escuchar todas las voces para identificar las actividades, productos y resultados que se consideran necesarios para alcanzar determinados cambios teniendo en cuenta todos los supuestos relevantes a tal efecto es un ejercicio de consenso claramente empoderador que actúa como precedente e importante impacto desde el que seguir construyendo el proceso transformacional.
La formulación de la misión es objeto de revisión a la luz de los cambios concretos y tangibles que se aspiran a promover desde la organización; las problemáticas que dan razón de ser a esa misión se reconocen y se analizan en profundidad, detectando tanto sus causas como sus manifestaciones últimas; el mapeo de los problemas en los que se desea incidir permite una priorización y focalización de las intervenciones; las posibles soluciones a las problemáticas priorizadas se formulan desde una perspectiva integral y holística; los supuestos que debieran suceder para que esas líneas de actuación sean soluciones verdaderas y efectivas son la manera de aterrizar en lo concreto y con realismo lo que supone poner en marcha nuestra propuesta teórica, y por tanto es preciso monitorearlos y disponer de indicadores sobre su evolución; y por último, el círculo de este proceso se cierra con la identificación de los impactos derivados de todo el proceso y de la actividad que conlleva, tanto los esperados como los nos esperados, y tanto los positivos o deseados como los negativos, constituyéndose este cambio en la versión más plausible, tangible y vivencial del propósito de la organización reflejado en su misión.
Y esta espiral de cambios y transformaciones que se amalgaman alrededor del proceso de la Teoría del Cambio no deja de ser una fuente adicional de nuevos cambios, nuevos impactos, que afectan sistémicamente a todos los actores, percibiéndolos cada uno desde su propia atalaya, y entre los que por supuesto también figuran aquellos que promueven el mismo cambio. Como dice Mercedes Sosa…”y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”, pese a lo que solemos aseverar frecuentemente.