El mundo necesita nuevos liderazgos. Acciones que reconozcan y valoren verdaderamente a todas las personas y nuestro medio ambiente. Esta visión ha guiado el reciente congreso Social Value Matters 2020, Ideas y liderazgo para un futuro verdaderamente sostenible.
Este evento reunió a muchos profesionales, empresas y expertos convencidos de que el “bienestar para todos” ya no puede ser un eslogan, sino que es un beneficio conjunto. Gestión del impacto, medición del valor social, financiación sostenible… Son muchas las reflexiones que nos llevamos durante estos días. Una de las ideas más destacadas fue la necesidad de la comunidad como creadora de valor, en el centro de la creación de riqueza sostenible.
Reconciliando economía y vida
En un contexto en el que la sociedad demanda nuevas formas de hacer y actuar, ¿cómo interactúan el valor, el lugar y las relaciones humanas? Antes de la crisis provocada por la COVID-19, “la agenda de lo social” ya se consideraba una tendencia creciente. Es decir, empezábamos a reflexionar sobre cómo el empleo, los asuntos sociales y la inclusión afectan a la vida diaria y la gestión de las comunidades.
Tras la pandemia, aumenta aún más el debate sobre estas cuestiones, y se suma una evidencia: “lo social” viene de la mano de “lo económico”. “Hay que reconciliar la relación entre el dinero y la vida”, afirmaban dos expertos en impacto social como Zita Cobb, fundadora de la Shorefast Foundation y Zed Emerson, fundador de Blended Value. Pero ¿cómo tangibilizar esta reconciliación? La respuesta está en la comunidad.
Lo importante es mantener lo que importa: el lugar.
El lugar como centro contiene la naturaleza y la cultura.
Y, en ese sentido, nos mantiene a todos.
La comunidad, entendida como “lugar”, contiene naturaleza y cultura y, por tanto, conlleva un valor intrínseco. Esta percepción de “lugar” nos lleva a ver en la comunidad el espacio en el que se materializa de forma clara el stakeholder engagement. No hay ejemplo más visual que la comunidad para comprender que las acciones y comportamientos individuales son reflejo e impulsor de las acciones y comportamientos de los demás.
De la misma forma que se les pide a las empresas que impulsen su red de relaciones, nosotros como ciudadanía también tenemos la posibilidad de transformarnos a través de ellas, y la participación en la comunidad puede ayudar a este proceso.
El proceso de conectar con el lugar transforma nuestros compromisos, relaciones y conexiones. Y esta ha sido otra de las enseñanzas que nos ha aportado la pandemia: la vuelta al hogar (el confinamiento) nos enseñó cuál era nuestra comunidad, y qué retos debemos abordar con ella (necesidad de vínculos emocionales, gestión de los espacios, disminución del tráfico, consumo local…). El “lugar” como centro: impacta en nosotros, y nosotros impactamos en él.
Movilizar fondos privados para alcanzar los ODS
En un evento así se abordaron por supuesto los retos frente a la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El año pasado la ONU lanzó la Iniciativa SDG Impact, con el objetivo de mover las inversiones a cuestiones vinculadas directamente a la Agenda 2030. Como explicó su directora, Elizabeth Boggs Davidsen, se busca proveer a los inversores y a las empresas de la claridad, los insights y las herramientas necesarias para apoyar contribuciones auténticas hacia los ODS. El proyecto está en proceso de desarrollar estándares y programas de formación de medición y gestión del impacto, para generar datos a nivel de cada uno de los países, y detectar así fácilmente oportunidades de inversión.
Jeremy Nicholls, director de Social Value UK, destacó además que tenemos que ser conscientes del marco completo de la Agenda 2030 cuando hablamos de ODS. Así, aunque una empresa tenga foco por su impacto positivo en dos o tres ODS, tiene también que realizar el ejercicio complementario de reconocer o ser responsable de lo que está sucediendo con los demás objetivos.
Volver sobre “lo común”
Al analizar la noción de lugar-comunidad, se recordó el libro The third pillar de Raghuram Rajan, que transmite la idea de que nuestras sociedades descansan en tres pilares: el gobierno, las empresas, y las comunidades. Algunos expertos participantes en Social Value Matters 2020 aseguraban que llevamos 50 años “vaciando” el pilar de las comunidades, y en realidad, nada de lo que ningún gobierno o empresa se plantee lograr en términos de sostenibilidad, va a funcionar si no aterriza -y bien- en las comunidades. Es decir, en el entorno social, que puede activar o no esa visión.
Se ve fácilmente con los viajes: somos más conscientes de nuestros impactos, no solo en términos de carbono porque viajamos, sino de los impactos en las comunidades que visitamos.
Esta visión nos recuerda que para la construcción de sociedades más sostenibles y justas es esencial el papel de la comunidad. Es decir, gobiernos y empresas no pueden actuar de forma aislada sin tener en cuenta que todos necesitamos sociedades sanas y prósperas, en el lugar, en el centro.